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María del Tránsito Caballero, anarquista y feminista en el Chile de 1900

por Eduardo Godoy, extraído desde http://metiendoruido.com/2016/05/maria-del-transito-caballero-anarquista-y-feminista-en-el-chile-de-1900/

Asistió durante un corto período de tiempo a una Escuela local obteniendo una precaria instrucción inicial, lo que no significó que no se cultivara arduamente y de forma autodidacta el resto de su agitada, pero corta vida como ácrata y feminista.

María del Tránsito Caballero nació aproximadamente el año 1879 en la ciudad de San Felipe, ya que al momento de su defunción bordeaba los 25 años de edad. Asistió durante un corto período de tiempo a una Escuela local obteniendo una precaria instrucción inicial, lo que no significó que no se cultivara arduamente y de forma autodidacta el resto de su agitada, pero corta vida como ácrata y feminista. A los diez años de edad se desplazó a la capital, iniciando su vida laboral para poder subsistir. Durante ese período ofició de “aprendiza de florista”, en una lujosa tienda santiaguina llamando “la atención de sus patrones y maestras por la contracción al trabajo y la claridad de su inteligencia”.

Años más tarde, se desempeñaría de sombrerera, oficio que aprendió disciplinadamente esperando tener mayores ganancias, cuestión que no fue así. Los pequeños ratos que tenía “libres”, fabricando sombreros, los dedicó al estudio; a pesar de su fatigante y extensa jornada laboral (de 8:00 a 21:00 hrs.), como era lo habitual en las fábricas donde trabajaban mujeres al despuntar el siglo XX. Así, entre jornada y jornada, entre trabajo y descanso, entre albas y atardeceres, fue instruyéndose, adquiriendo poco a poco una regular educación que le permitió cuestionar la sociedad de su tiempo. Se dedicó con especial empeño al estudio de la cuestión social a través de tratados sociológicos y libros de propaganda ideológica. Leyó con profusión y avidez las doctrinas de Grave, Kropotkine, Tolstoi y otros grandes pensadores revolucionarios ácratas. Situación que resultó extraña para muchos hombres de su tiempo, pero también entre el “elemento femenino” que -a decir de Magno Espinoza- vivía fanatizado “por la religión, el orgullo o la estúpida moral del día”. El crudo invierno del año 1900, numerosas familias quedaron en la más espantosa miseria y sin techo donde guarecerse. María a través de la Sociedad Artística, en donde participaba, organizó kermeses en beneficio de los damnificados, fabricando “una gran cantidad de ramilletes de flores artificiales que vendió, con cuyo producto llevó pan y vestidos a muchos infelices”. No obstante, es preciso señalar que su solidaria obra no se agotó tras la azarosa catástrofe, posteriormente abrazó con fuerza las ideas anarquistas. Durante esos años y de forma pionera entre las mujeres populares, pregonó incansablemente el “evangelio de los oprimidos, la buena nueva que ha de traer a la humanidad la era de felicidad y armonía”, militando en el “Centro de Propaganda Anticlerical Giordano Bruno” y en el “Grupo Anarquista La Luz”. En sintonía con su labor proselitista colaboró en la prensa ácrata de comienzos del siglo XX con el seudónimo de una “Sombrerera Revolucionaria”, a través del cual alentó a sus compañeras a que se asociaran para luchar en pos de mejoras salariales y que abrieran “los ojos a la luz de la Razón”, criticando el clericalismo. También plasmó sus pensamientos bajo el seudónimo de “Una Rebelde” en la prensa obrera.

Tras el movimiento huelguístico de los empleados de la Tracción Eléctrica, de 1902, instigó a las mujeres a ser “firmes en sus pretensiones”, apoyando a los hombres. Las llamó a solidarizar y a no dejarse doblegar. Según el relato de Magno Espinoza, participó “activamente en las asambleas”, no faltando a ninguna de ellas y prestando su “concurso galantemente” para una velada que se organizó con la finalidad de celebrar el triunfo obrero. No obstante, un accidente comenzó a restarla de las actividades políticas, perjudicando su salud. Una “cruel enfermedad” la puso ante la disyuntiva de tener que amputarse el brazo derecho o dejarse morir. María opto por la muerte. No obstante, la “catástrofe del Teatro Lírico” de Santiago, como fue conocido el derrumbe que causó la muerte de una veintena de personas, precipitó la muerte de María Caballero el 18 de marzo de 1905, quién “rompiendo con las rutinas y los prejuicios impuestos a la mujer” (como señaló el ácrata Luis Pardo) había asistido de oyente a una conferencia anticlerical del “Pope Julio”, seudónimo del ex fraile Juan José Julio Elizalde. Sus restos fueron depositados en el Cementerio General, y su tumba fue adornada por sus compañeros por una “siempreviva”.

 

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